Cuando tenia 16 años tenia una difícil elección en la cual había dos rutas.
La primera era la ruta de ir a trabajar igual que todos mis amigos hacían.
La segunda era continuar estudiando y estudiar un Ciclo de Grado Medio en Administración y Finanzas, ya que se impartía en el instituto del municipio en el cual residía y con esa edad todavía no era autosuficiente para desplazarme.
Teníamos 16 años la pubertad hacia mella en nuestros actos, al igual que la testosterona, éramos tozudos, siempre queríamos tener la razón y nunca obedecíamos a nuestros padres.
Corrían tiempos buenos, de bonanza económica, yo veía todos mis amigos trabajando, ganando dinero, comprando motos y ropa con una edad bastante temprana. Yo quería trabajar para ganar dinero y comprarme una moto, pero mis padres no querían, ellos querían que estudiara, pero cuanto más me lo decían, yo más claro tenía que quería trabajar. Pasaba olímpicamente de ellos.
Un día me crucé por la calle con Pau, un amigo del apartamento de Gandía en el que veraneábamos todos los años. Pau es 5 años mayor. Me estuvo hablando de lo bien que le iban las cosas, qué estaba trabajando y que le gustaba mucho. ¿trabajando? Yo también quiero trabajar, le dije. Él es una persona muy centrada, con ideas claras y buenas. Definitivamente siempre lo había admirado. Sus palabras fueron sabias y calaron muy hondo en mí. Pau me dijo: no es lo mismo ir a trabajar sin tener el graduado como están todos tus amigos, que estar trabajando como yo que tengo un Grado Superior en Administración y finanzas, las cosas cambia mucho.
Esto era aquello que mis padres intentaban decirme todo el tiempo, pero necesitaba que me lo dijera alguna persona más o menos de mi edad a la que admirara.